Episodio I: El inicio del viaje

Despierto con un sobresalto, sudor en la frente, espalda y manos. Hace varios meses que he tenido la misma clase de sueños, en los que algo me persigue y corro desesperadamente, caigo al suelo, me baño en mis orines, un niño de aspecto tétrico se acerca a mí y me mira con esos ojos… no puedo resistirlos y comienzo a correr de nuevo -cada vez más lento-, me falta el aliento y siempre tropiezo y caigo al suelo para volver a levantarme y seguir huyendo; sin embargo, cada vez que dirijo la vista hacia atrás, el niño está ahí, justo detrás de mí -como si nunca me hubiese alejado-, mirándome.

No puedo entenderlo, he pensado mucho al respecto, lo he analizado con detenimiento desde hace mucho tiempo, y he llegado a la conclusión de que esos sueños deben ser algo más que eso: un medio de comunicación quizás, o simplemente un reflejo de algo que no hice, o bien, que lo hice pero ya no lo recuerdo. Cada noche tiemblo y despierto llorando, me atormentan las imágenes que me acosan, me atormenta pensar que la locura me invade, pero me atormenta aun mas pensar en el día en el que ese niño me hable. Pero, ¿qué tendría que decirme semejante demonio? ¿O es acaso que mi mente lo ha inventado todo?

Lo peor del caso es que desde entonces no he descansado. Cada mañana despierto y miro hacia el cielo buscando aquel Dios que algún día me dijo que siempre estaría a mi lado. Pero no es verdad, nunca fue cierto, me siento tan solo como desde el inicio de esta vida miserable que llevo. Y si estos sueños no son más que señales, ¿me dirán acaso que debo seguir adelante? ¿Debo encontrar ese algo que me está llamando? Lo cierto es que esas imágenes espeluznantes me hacen retorcerme en mi cama mientras intento conciliar el sueño, y mis sabanas se llenan de ese sudor frío que recorre mi cuerpo y me hace estremecer poro por poro, que me grita entre palabras que lo que veo es cierto.

Ya han pasado varios meses desde la primera vez que he soñado esto, y sin embargo no parece que pudiera detenerse. Me he resignado a pensar que en algún momento esto tendrá que terminar en un suceso extraordinario, que a la vez será trágico y horrible, del cual no ha de quedar algo de mí ni de la gente que me ha conocido. Mientras tanto los días siguen corriendo, a la vez que mi alma se pierde en ese mar de horrores al que mi vista no encuentra fin.

He despertado el día de hoy con una imagen clara en la mente: es una banca en medio de un parque -cuando menos, esa apariencia tiene-, en donde alcancé a percibir grabadas las palabras “frío” y “muerte”. Por alguna extraña razón, porque no recuerdo haber estado ahí alguna vez, tengo una idea de en donde puedo encontrarla, por lo que, sin haberlo pensado dos veces, me he dirigido al lugar tan rápido como me ha sido posible. Estando a tan solo unos pasos de distancia, he comenzado a sentirme animado. Tengo el presentimiento de que esto podría poner fin a mis pesadillas. Dicho de otra manera, tengo la ilusión de encontrar el remedio a mi locura. Camino cada vez más rápido.

Al llegar, encuentro el lugar desolado y de un verde casi mortal. Enormes secciones de pasto plagado de hierba y basura forman un círculo en derredor de una plaza, en cuyo centro se encuentra un quiosco de considerable tamaño. Atravieso lentamente un camino que me lleva al centro de la plaza y subo las escaleras hasta llegar a la parte más alta de su estructura. Estando arriba, miro hacia todos lados, mas lo único que observo es basura, árboles casi muertos y nada más que eso. La desilusión y desesperación llegan a mí, porque incluso las bancas del parque son muy diferentes a las que he soñado -un poco más gastadas y de otro color-.

Estando a punto de emprender el camino de vuelta a casa, un perro de muy mal aspecto pasó corriendo muy cerca de mi; el cual, alejándose a gran velocidad, desapareció bajo la sombra de un árbol de buen tamaño, misma que alberga a un hombre de edad avanzada y que se encuentra sentado en los restos de lo que parece ser una vieja banca, apostada a escasos centímetros del tronco del árbol. De pronto, he tenido la impresión de que aquel hombre me ha estado observando, incluso que me invita a acercarme. He comenzado el camino de inmediato.

Poco he tardado en llegar y resguardarme bajo la sombra del flamboyán, cuyas hojas se encuentran marchitas y formando una alfombra ruidosa bajo mis pies. Aquí no he encontrado más que a un viejo sentado en unos pálidos y destrozados tablones de madera, sin embargo, estos mismos son de igual apariencia de la que he estado buscando. A pesar de mi emoción, por encontrarme ante tan buscado artefacto, me pregunto la razón de que no hubiesen cambiado este mueble al igual que los otros.

Debo concentrarme. Intento apartar toda clase de ideas raras de mi cabeza. Me acerco lentamente y tomo asiento junto aquel hombre, quien me mira con unos ojos que me indican que lleva mucho tiempo esperándome, que sabía que hoy mismo vendría. Por otro lado, los restos de comida, trapos y excrementos en el suelo me indican que lleva aquí mucho tiempo -probablemente más de lo que imagino-, y comienzo poner en duda su cordura.

Al sentarme a su lado no puedo evitar estresarme y asustarme, cuando uno de los tablones cruje y parece romperse. La madera es muy vieja y tiene tatuadas una infinidad de marcas: nombres, dibujos y símbolos; mismos que parecen contar mil historias -como si estas fuesen el punto de partida para muchos lugares-, que probablemente solo escuchare entre sueños o de los labios de este pobre hombre.

Dirijo la vista hacia el suelo y controlo el impulso de vomitar. El hedor me hace lagrimar. No solo hay heces, sino sangre, comida y restos de otros animales que han tenido poca suerte. He de suponer que un hombre en su estado debe alimentarse de cuanto caiga en sus manos, y sin embargo se ve aún bastante fuerte.

Tomando aliento y controlando mi voz, que tiembla como cuando me encuentro en unos de esos sueños locos que tengo, le digo al indigente:

-Padre, dime ¿por qué estoy aquí? ¿Que es lo que hago sentado a tu lado?

Pero el viejo solo me mira y no puede dejar de asombrarse. Es como si nunca se hubiese topado con alguien. No sabría yo decir si me ha comprendido, ni siquiera estoy seguro de que me haya escuchado. Le hablo nuevamente, mas no obtengo respuesta. Tiene el rostro curtido, lleno de arrugas e infestado de plastas de colores repulsivos. Despide un olor que me obliga a llevarme la mano a la cara y cubrir mi nariz. Al viejo no parece importarle en absoluto.

Entonces, comienzo a analizar los tablones cerca de donde me he sentado, tratando de encontrar mi señal. Leo tan rápido como me es posible, pero nada parece tener sentido. Encuentro figuras y palabras en leguas que no conozco. Me siento mareado y miro hacia el suelo. De pronto, dándome muy poco tiempo para reaccionar, el viejo salta sobre mi hombro con una fuerza increíble, me ha golpeado en el rostro y clavado sus dientes en el brazo izquierdo con tanta fiereza, que me lo hubiese arrancado, de no ser porque la banca se ha roto y hemos ido a parar al suelo, entre la inmundicia. Me levanto tan rápido como puedo, el viejo se ha dado un golpe que le ha dejado aturdido.

Intento alejarme, pero este animal -porque ya no lo dudo, otra cosa no es-, da un brinco inimaginable y se prende a mis piernas. Trepa a mi cintura dando jalones y me golpea con tanta fuerza, que estuve a punto de perder el conocimiento. Grita cosas que no entiendo, hablando con alguien tal vez detrás de mí. En cierto momento vamos a dar al suelo.

El terror no me permite pensar claramente, y sin embargo, tomando una de las astillas de madera con mis dos manos -la de mayor tamaño-, ubico la parte más afilada y juntando toda mi rabia y pensando en mi muerte, lo he enterrado en su espalda violentamente. Levanto mi espada una vez más, no sin antes que esta emita un crujido cuando sale de sus costillas, y asesto otro golpe, esta vez mortal, el cual penetra en uno de sus pulmones inundándolo de sangre rápidamente y salpicando mi rostro, brazos y pecho, mientras mi cuerpo se mancha de mi sangre aun caliente, producto de una enorme mordida que me ha dado en el vientre. El viejo se aparta y se aferra al árbol, gimiendo y gritando de una forma horrorosa, casi irreal.

Me levanto tan rápido como puedo. La sangre brota de mi cuerpo -casi negra-, se escurre entre mis piernas y se filtra entre mis pantalones y zapatos hasta llegar al suelo, en donde se aglutina en un charco, bañando un montoncillo de piedras dándoles un brillo inhumano, y luego se funde con la sangre de aquella bestia, quien grita y se tuerce mientras pierde la vida.

Lentamente, voy recobrando el aliento. Miro hacia todos lados con desesperación en busca de alguien que pueda ayudarme, o cuando menos comprenderme. Jadeo, el pánico se apodera de mi mente. Miro hacia el suelo y me encuentro con que nuestras sangres se han mezclado -al igual que sus colores- formando imágenes inconcebibles. Las palabras “frío” y “muerte” vienen a mi mente. En medio de ellas, justo en el centro, uno de los tablones se desplaza levemente, flotando entre las figuras, rompiéndolas para que estas mismas formen otras tantas; en ese trozo viejo de madera encuentro mi mensaje, que se lee:

“Sientes frío mientras llega la muerte, si tus ojos te engañan, sigue a tu mente”

Pierdo mis fuerzas y caigo al suelo inconciente.