domingo, 14 de octubre de 2007

episodio II: la visión del portal

De alguna manera, entro en conciencia y descubro que me encuentro en el interior de una cueva de tamaño colosal, de pie y con la mirada perdida en la distancia. No sabría decir cuanto tiempo hace que llegué a este lugar; sin embargo, he pasado un buen rato observando, al grado que mis ojos no creen lo que alcanzan a ver.


No he podido moverme, siento que me encuentro atascado, casi como una estatua viviente. Me encuentro parado en un camino de rocas que parece flotar en el corazón de esta cavidad, y que la atraviesa por el centro. A cada uno o dos metros durante el trayecto, se encuentran apostadas figuras talladas en piedra, de las cuales penden antorchas que iluminan el sendero. Hago otro esfuerzo por moverme, mas lo único que consigo articular es el cuello. Ligeramente, giro la cabeza hacia uno y otro lado. A mi izquierda, a unos dos o tres pasos, se encuentra el terror en mis sueños, o lo que es peor aún, encuentro a mi pesadilla. No podría describir la sensación de terror que experimento, o la desesperación que me invade, cuando sus ojos se depositan en los míos. Me observa durante unos segundos y comienza a dar pasos pequeños hasta acercarse y tomar una de mis manos, dirige la vista hacia el lado opuesto del camino y emprende la marcha, moviéndose lentamente. De forma extraña, mi cuerpo reacciona a sus demandas y le sigo obedientemente, tambaleándome de un lado a otro. El sonido de nuestros pasos reverbera en la estancia, haciendo evidente el tamaño inmenso de la cueva. Tiemblo entonces ante la idea de que alguna clase de horror pudiera estar oculto entre las sombras, o esperándonos justo al otro lado, dispuestos a atacarme y torturarme hasta caer destrozado por el dolor y la aflicción.


Caminamos lentamente, uno al lado del otro, sin decirnos palabra alguna. Conforme avanzamos, diviso a lo lejos una puerta oscura, probablemente de madera, que parece formarse por las más extrañas figuras humanas. Avanzo mirando a todos lados, entonces me doy cuenta de que mi ropa y zapatos se encuentran llenos de sangre. De pronto he podido sentir el olor a mugre y muerte que los han impregnado, cosa que me hace recordar al viejo en el parque. No puedo evitarlo y comienzo a entrar en pánico, sin embargo, el niño continúa su camino, lento y sin variaciones, el cual nos lleva directamente hasta el portal que ahora se me antoja diabólico.


No sé cuánto tiempo habremos pasado de esta manera, pero eventualmente llegamos ante una enorme aldaba forjada en bronce, tan sencilla como una esfera metálica sujetada, mediante una barra del mismo metal, a una placa que lleva grabadas palabras en algún idioma desconocido para mí. En este momento, el niño se detiene y, dirigiendo su mirada hacia el portal, me ha dicho:


-Lee la placa levantando la voz tanto como puedas. Golpea tres veces la aldaba y, cuando hayas dado el último golpe, da tres pasos hacia tras mirando hacia el suelo – entonces me miró y dijo-. Por ningún motivo levantes la vista hasta que ésta se haya abierto por completo.


-¿Qué hay detrás de la puerta? –alcancé a preguntar-.


-Vida –fue su respuesta-.


Sin darme tiempo a reaccionar, el niño soltó mi mano, se alejó unos cuantos pasos y desapareció entre la penumbra. En el instante siguiente, pude moverme libremente de nuevo.


Tengo el deseo de volver sobre mis pasos y encontrar el lugar por donde habría entrado, pero, al darme la vuelta, descubro que las antorchas ya no están encendidas. El camino de rocas ha desaparecido por completo, dejándome atrapado con la única salida que no quisiera tomar.


En derredor mío no encuentro otra cosa más que vacío, es increíble cómo la oscuridad puede convertir este lugar en nada; y sin embargo me siento intranquilo. Es probable que a mi lado se encuentre una bestia dispuesta a devorarme, observando y eligiendo el punto en donde ha de clavar sus afilados colmillos. No, eso esta solamente aquí, en mi mente – me digo, mientras toco mi sien con el dedo índice del brazo derecho-, debo llamar a la puerta.


Me acerco lentamente ante tan impresionante portal, fabricado con la más oscura madera que haya visto, con una escena, tan increíble como cierta, tallada entre sus vetas. Ante mi se despliega un jardín de negros rosales, cuyas espinas lucen tan largas y delgadas cual si fuesen alfileres. Me impresiona la forma que el artista ha empleado para lograr plasmar la belleza de las flores y lo voraz de sus aguijones. Entre los tallos de tan atroces engendros, encuentro un círculo formado por niños, tomados de la mano y girando en compás de las manecillas del reloj. No hubiese creído, al mirar sus rostros, que eran éstos hijos del mismísimo demonio. Eran estas criaturas finas en detalles y bellas como los rosales, pero malditas por dentro y desgraciadas por fuera. Pude observar que entre sus manos, cual salvajes asesinos, enormes garras escondían un objeto de muy preciado valor. Esto lo noté por la manera en como lo sostenían uno y otro, sin soltarse de las manos, y con la mirada fija en el órgano de su cómplice anterior. Si, eran órganos del ser que se encontraba en el interior del círculo, que al mirarlo me llenó de frío y profundo temor. Era éste un hombre con los brazos abiertos en señal de bienvenida, con el cuerpo destrozado, y la mirada fija en mí.


¿Quién es aquél hombre? Y, ¿por qué me mira con aquella sonrisa cínica? ¿Lo conozco de algún lugar? Por un momento he creído que soy yo. Su mirada me ha hipnotizado, parece hablarme y transmitirme cierta paz. Un cielo intranquilo se cierra justo detrás de él, mientras un ave siniestra le mira fijamente, parada entre las espinas y de espaldas al anfitrión.


Dando unos pasos, me acerco a la aldaba, quien ahora brilla con la luz de la única antorcha que ha quedado encendida; la tomo entre mis manos e intento levantarla. Desde aquí, la frase escrita en la placa parece un poco más clara, y mis labios dispuestos a pronunciarla. Un murmullo faltó para iniciar una letanía de palabras extrañas, que de alguna manera supe hilar; la fonética fue clara y la madera vibró con cada una de las sílabas. Un aroma a incienso llenó el lugar. Haciendo un gran esfuerzo, levanté el tan pesado metal y golpeé una, dos y tres veces. Durante unos segundos, el sonido metálico reverberó en la estancia. Doy un par de pasos hacia atrás, recordando las palabras de mi funesto guía, intentando llevar al suelo mis ojos, quienes no pueden separarse del rostro de aquel hombre, quien ahora luce una amplia sonrisa y me ha dicho:


-Has hecho bien, Daniel.


Un instante después, una intensa ventisca ha resoplado en la cueva, multiplicando el sonido a cada instante, moviendo las hojas y espinas hacia un lado y hacia otro. No puedo creerlo, me llevo las manos a los ojos y los tallo una y otra vez. Las flores pierden sus pétalos, se marchitan. En el centro ya no están los niños, han corrido en todas direcciones. El viento incrementa su violencia y comienza a levantar piedras y polvo, destrozándolo todo.


De pronto, el suelo tiembla con cierta cadencia, cada vez con más fuerza. El último golpe me ha tirado al suelo, desde donde he podido observar lo que pareciera un brazo hecho de roca viva -rojo como la sangre- que ha salido del marco y se ha sujetado a uno de los bordes; de él, una enorme bestia ha tomado impulso para salir y quedar de pie a escasos centímetros de mí. La enorme criatura me mira durante unos segundos y después se hace a un lado para dejar salir a otra no muy diferente de ésta. Calor, puedo sentir que las piernas se me incineran. Sin decir una palabra, cada uno se coloca a un lado de la puerta y tira de ella. La madera se separa poco a poco por la mitad, emitiendo un chillido brutal que me hace llorar: un intenso dolor llega a mi mente, como si una daga se introdujera por uno de mis oídos y decidiera salir por el otro.


El portal no tarda mucho en estar abierto de par en par y el dolor en mi cabeza desaparece por completo. Me obligo a abrir los ojos lentamente y descubro que en el interior está tan oscuro como aquí afuera. Ambos guardianes se han quedado de pie junto a su respectiva puerta, grises y aparentemente sin vida. Otra vez he vuelto a sentir frío.


La luz de la última antorcha comienza a extinguirse lentamente. Me levanto y, un instante antes de quedar inmerso en la completa oscuridad, doy el paso que me lleva al interior del portal.

1 comentario:

[ [ [ Mosh ] ] ] dijo...

Esto me presagia que se va a poner cada vez mas intenso...felicidades...tu historia me atrapo...